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Relato de parto y nacimiento de mi bebé arcoiris

6 de Octubre del 2016

Mi segunda hija es una bebé arco-iris.

Nació en un parto muy largo, doloroso, duro e intenso. Intuía que sería así porque siempre me he identificado más con los relatos de parto largos y dolorosos que con los cortitos y casi indoloros.

 

Mi primer hijo fue una cesárea por fallo de inducción. Muchos problemas de lactancia y depresión post-parto.

Dos años después nos volvimos a quedar embarazados, pero en la semana 12 la ecografía mostró que el embrión había dejado de latir en la semana 5 ó 6. 

Esa misma noche eché el embrión.

En el hospital me dijeron que esperara una semana para ver si lo había expulsado todo. Cuando volví a la semana, quedaban restos por lo que decidieron ponerme una inyección de Metergyn y mandarme para casa. Me avisaron que me dolería como si tuviera la regla.

Me fui a casa a comer y sobre las 4 de la tarde empecé a tener dolores más fuertes que una regla.

Me tumbé a ver si bajaba la intensidad. Al contrario, cada vez eran más fuertes, hasta que a las 11 de la noche, llorando y retorciéndome de dolor nos fuimos corriendo al hospital.

Era un dolor intenso, continuo como una taladradora que está abriendo la carretera para llegar a las tuberías, no daba tregua, agotador, negro como el tizón y con muchísimo miedo a que el útero estallase.   

La ginecóloga me dijo que había dilatado 3 cm porque se había producido un tapón en el cuello del útero. Me lo quitó y respiré aliviada. Me dieron un calmante y me dijeron que lo mejor era ingresarme y ponerme Metergyn en vena, junto con un calmante, para que terminara de expulsar todo lo que tenía.

 

Me había informado muchísimo para este embarazo, pero sobre abortos, no tenía ni idea, me metieron el miedo en el cuerpo, que si era lo mejor, que si se podría producir una infección. Acepté que me ingresaran.

A pesar del calmante, no pude pegar ojo, me pasé toda la noche llorando.

Los calmantes habían encerrado al dolor, pero oía el eco de mi útero vibrando, latiendo, gimiendo y llorando.

Creo que estuve así 3 ó 4 horas. Al mediodía me volvieron a hacer una ecografía y la ginecóloga me dijo que quedaban restos por lo que lo mejor era hacer legrado.

Casi sin voz, cansada, triste y derrotada, le dije que me iba a mi casa, que no quería que me hicieran nada más.

Una ginecólogo jovencísima intentó utilizar el miedo a la infección para convencerme de que era un error.

De mala gana me dio el alta voluntaria sin dejar de mirar el ordenador.

 

Fui a un ginecólogo privado. Después de esperar a que me bajase la regla, una ecografía confirmó que estaba todo perfecto y que me podía quedar embarazada cuando quisiese.

Así llegó mi bebé arco-iris.

 

EL PARTO

 

Un par de días antes de dar a luz, por la noche empecé con pódromos suaves, cada hora y media, me daba tiempo a dormir y descansar un poco.

Justo a la noche siguiente, sobre las 9, eran cada media hora, apenas podía descansar, la pelota de pilates me relajaba, aguanté hasta las 9 de la mañana.

No pude más y llamé a mi matrona, Amanda, me aconsejó un baño caliente para detener las contracciones y que me diera tiempo a descansar un poco.

Así lo hice, bajaron a 40 minutos. Al mediodía empezaron a ser más fuertes. Eran contracciones fuertes, como las olas del mar, notabas perfectamente como se acercaban, te daba tiempo a prepararte, en mi caso, me daba tiempo a salir de la bañera, cogerme a Juanma, vomitar y gritar, al cabo de unos minutos el dolor se fue.

Volvía a la bañera a descansar unos 20 minutos hasta que aparecía otra ola.

Sobre las 7 de la tarde ya empezaron a ser cada 5 minutos.

Mi miedo fue volver a tener el mismo dolor que tuve con el Metergyn. Si eso ocurría no sería capaz de hacer la dilatación en casa, como habíamos contratado, me iría corriendo al hospital a ponerme la epidural. Pero no fue así, las últimas contracciones fueron muy dolorosas, tanto como las que me produjo el Metergyn, sin embargo, duraban unos minutos y mi cuerpo se relajaba por lo que me daba tiempo a recuperarme y eso fue lo que hizo que aguantase toda la dilatación en casa junto con Juanma y Laura, la matrona.

Por eso estuve tranquila, dejando hacer a mi cuerpo y aceptando el dolor como algo natural, en ningún momento pensé que fuese a estallar mi útero o que mi bebé o yo estuviésemos en peligro.

Al final, en cada contracción cerraba los ojos, me ponía en cuclillas, gritaba y respiraba tranquila cuando se iba la contracción.

Lo más increíble es que mi cuerpo tenía fuerzas para seguir así después de casi dos días.

 

Cuando decidimos irnos para el hospital tuve la peor contracción de todas, incluso más dolorosa que las que sufrí con el Metergyn, en ese momento creí que me desmayaba o que me rompería en dos, me metí en la habitación a oscuras, me puse a cuatro patas, grité.

Cuando terminó me puse de pie agotada pero con fuerza suficiente para bajar al garaje y subirnos en el coche.

Justo en el momento de ponerme a cuatro patas en el asiento de atrás, empecé a pujar. Apenas había dolor. El miedo a sufrir el mismo dolor infernal del Metergyn, se esfumó.

Mi cuerpo ya se había abierto por completo y yo había sido capaz de aguantar el dolor. Ahora solo pujaba. Como no me lo creía le pregunté a Laura que en qué fase del parto estaba. Mirándome con sorpresa por la pregunta, simplemente dijo "estás pujando".

 

Estuve pujando durante casi una hora. Con Laura y Juanma a mi lado y Elena, la matrona del hospital que iba y venía casi sin hacer ruido.

Elena me invitó a probar la silla de partos.

De manera automática me senté en ella, no fui consciente de lo que estaba haciendo.

Los pujos en la silla de partos eran más cómodos y más rápidos.

Noté perfectamente el anillo de fuego de todos los relatos de parto que había leído durante años. Pero también noté que en esa postura me iba a desgarrar. No hubo tiempo de cambiar de postura. Inés ya estaba fuera. Rosadita y con los ojos como platos mirándome.

Esa foto finish me acompañará siempre hasta el último día de mi vida.

Se agarró al pecho haciéndome muchísimo daño, acabé con heridas en los pezones. Al día siguiente supimos que tenía frenillo.

Dejamos que el cordón umbilical dejase de latir, la placenta no tardó ni 10 minutos en salir. Inés estaba tranquila en mi pecho, atravesándome con su mirada. Yo, agotada. No me terminaba de creer que lo hubiese conseguido. No hubo ninguna intervención médica en el parto, todo fluyó de la manera más natural.

 

Lo conseguí gracias a los insoportables dolores que pasé un año antes con el Metergyn, estoy segura de que si mi cuerpo no hubiese pasado por eso antes, no habría sido capaz de soportar dos días enteros los duros pródromos y contracciones. Durante estas interminables 48 horas de dolor, mi cuerpo también descansaba y se relajaba. Mi útero me avisaba unos segundos antes de que se acercaba la contracción, nunca sentí a mi útero en peligro y eso fue lo que me dio la tranquilidad de aguantar hasta el final.

 

Curiosamente, el aborto de un año antes me hizo tener un parto consciente de mi cuerpo y de mi poder como mamífera y poder ayudar a mi hija a tener el nacimiento que ella se merecía.

 

Treinta y seis horas después estábamos saliendo del hospital. En mi vida me he sentido más sexy, libre, y fuerte. 

 

 

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